Vi fluir un rio de lágrimas de a
rato divertidas y por momento reales. Una escaramuza achinada entre la alegría
y la búsqueda de respuestas. Un alma que vibra entre filamentos, rodeada por
brillo de picardía. La complicidad ardía en el recorrido. Sólo medio metro.
La mirada comunica que hay
distracción, no del momento, sino del contexto real.
Los límites se trasgreden en la
conexión. Por momentos me contó y respondió, me criticó y hasta se dio el lujo
de decirme lo que pensó cuando por primera vez nos cruzamos.
Esa mirada dijo: ¿Qué demonios
estamos haciendo? Y disfrutó con ganas el acuerdo intrínseco de no contar lo
que no se mostró. ¿Es esto ambiguo? ¿Acaso este cruce no lo es?
Luciano Ezequiel Cabrera
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