domingo, 21 de octubre de 2012

Me harté

Dicen los que saben, claramente no entro en ese grupo, que las artes liberan.
Dicen que las artes, sin mucho saber de ellas, sin mucho esfuerzo de por medio, se transforman en innovaciones.
Dicen por ahí también, que arte, no es sinónimo de estética, sino sinónimo de creación.
Dicen de creación en relación a un atisbo de lucidez en el que un pobre tipo, que muchas veces muere de hambre, rompe las estructuras para crear con un par de lineas, letras, acordes una combinación nunca antes vista.
Dicen que es una combinación, es que al parecer ya todo se ha inventado en este campo.
Dicen que el que es capaz de reflejar con un lápiz,  un pincel, una cuerda o un movimiento acompañado del sonido que propina, uno fabrica nuevos mundos.
Dicen también aquellos que dicen saber, que el arte es un mero reflejo de lo que pasa en ciertas ocasiones en la sociedad que envuelve al que podríamos llamar "artista".
Yo digo, que todos somos artistas, que el arte es estética, que es desahogo, que es reflejo, es un mundo.
Digo, un mundo en el que uno podría, sin querer, nadar sin saber, en un mar de letras o acordes y por qué no pinceladas.
Dicen que un personaje creado por un escritor, no tiene salida de su historia, que realmente nunca mueren, que jamas olvida este ni una linea de lo que le toca decir y que aman, mueren, sufren y viven en proporción con la cantidad de veces que son llamados a la acción.
Muchos también dicen que si el arte impacta en un observador, u oyente es muy difícil que éste olvide su existencia.
Dicen que no hay placer mayor que ver  un armonioso movimiento de una danza, que con él puede uno volar durante escasos segundos o quizás horas con su recuerdo.
Digo que en todas las cosas que nos rodean existe el arte, que lo que un hombre elabora con su manos, esta cargado de emociones, que hacen que uno pueda anexar a su trabajo el hermoso adjetivo "artesanía".
Y dije artesanía, porque cuando uno habla de artesanía esta hablando del arte-sano y cuando un piensa en arte-sano, así descompuesto,  llega a la conclusión de que  el arte cura y reconforta el alma.




Luciano Ezequiel Cabrera

miércoles, 10 de octubre de 2012

Intrincada caída

Y en un momento de desahogo brincó. Un condenado salto que lo llevó directo a su antiguo agujero. Para no ver más la realidad pasada que se vé reflejada en la otra persona. 
En la intimidad de su caída, sus ideas se peleaban, entrelazadas, amordazadas. Las suyas, y las recibidas de la que hoy portaba su pasado.Se veía ahí en esas palabras, en esas ideas.
No era capaz  ni quería privar al otro de lo que fue necesario para él; una soledad entre seres queridos, sin uno definido. 
La necesidad de sentir que uno tiene todo, que se tiene a uno. 
La necesidad de sentirse, con uno mismo, muy bien acompañado.
Saber y poder relatar todo lo que va a ocurrir. 
Sentirse ultrajado por no coincidir nuevamente en sus momentos.
Ver su pasado ahí todo integro, reflejado en ella, y a la vez saber que no es su pasado sino su presente que se regocija sonriendo de ver que a los golpes se crece. 
Su reflejo no va a regalarle ni compartir su "nuevo" futuro con él. Quizás no, no hasta que haya pasado un tiempo en que las cosas se emparejen y su pasado se vuelva presente y con las cosas así, alineadas se crucen nuevamente sus caminos. 


Luciano Ezequiel Cabrera

domingo, 5 de febrero de 2012

Contrapicado

En el atardecer de un día poco húmedo pegaba una seca al cigarrillo, y sollozaba escasas gotas de sus ojos casi secos. Ante la situación comprometedora que había pasado la tarde anterior, decidió encontrar una solución a la problemática existencial que lo acongojaba. Pensando en su estado se imagino como un vagabundo trepidante, echado en la mano izquierda de una vereda confusa. Se sentía un foráneo en su tierra pero no encontraba palabras para amalgamar el dolor que había sentido la otra persona. Su tes le temblaba y cambiaba en continuidad, lo cual asustaba un poco a la gente que algo lejos pasaba de su posición.
Su miedo menos aterrador lo rodeaba y le hacía sentir el rigor de ser el de menor categoría. Sentía que todas sus miradas se posaban sobre él, se sentía un arácnido, se veía desde distinto planos, picado, contrapicado, lo alteraba cuando el primerísimo primer plano lo sorprendía de repente como colisionando contra él. Se sintió estúpido, por momentos amorfo, y de momentos no sentía.
Se vió en un rincón, en una esquina inversa que doblaba hacia adentro, en un fin de calle. Se confundía entre las bolsas de basura, se camuflaba entre los perros enfermos y perezosos. Su cabeza se tambaleaba, dolía, se tambaleaba mientras dolía, y sabiendo que el tambaleo le provocaba el jaquecoso malestar no podía dejar de hacer esos movimientos tan involuntarios y placenteros.
El tiempo pasaba lentamente en las carne y hueso. Quizás retrocedía, la idea de lo subjetivo, de todo lo que lo rodeaba le causaba gracia y pensar que cualquier cosa dicha por un sujeto de alta estirpe sin ser comprobada podía ser tomada como parte de la realidad. Pensó en crear un espeltesorio de madera y confundir a la gente con esa idea de poder transformarlo a bronce y lograr la perfección.
Como desarmado ante Goliat algo lo golpeó de pasada. Su situación lo llamaba lo traía nuevamente a la realidad; otra vez esa voz, ultima seca y a la casa, a resolver los inconvenientes que tan poco le molestaban pero lo rodeaban y recordó que así es la vida.


CABRERA, Luciano Ezequiel

martes, 17 de enero de 2012

Un mal momento

En una historia olvidada se encontraba un personaje perdido que estaba a punto de colisionar contra un muro cuando al creador del relato se le acabo la tinta de la birome. Como la tinta se acabó el escritor tuvo que salir para ir al quiosco a comprar una nueva lapicera. Al cerrar la puerta dejó olvidada la llave dentro. Caminó enojado hasta la cerrajería, cuando llegó a la misma descubrió que estaba cerrada por vacaciones y que en vez de un número de emergencia figuraba la dirección de otra cerrajería que quedaba a unas treinta cuadras. Decidió caminar ya que el día estaba lindo y al rotar sobre su pie izquierdo su rodilla se quejo mientras el derecho se enterraba en las eses de quien sabe que animal. Ante la locura del momento decidió acelerar la marcha y arrastrar los pies hasta llegar al final de los canteros de una casa cercana. En el camino, mientras su rodilla izquierda se quejaba porque debía hacer fuerza ya que la derecha se había dignado a limpiarse en los húmedos pastos, una pobre flor cayó tras una patada y de ella una abeja alborotada zumbando voló hasta su nariz colorada.
En ese momento la abeja decidió dejar su vida en la venganza y martillo sobre la enorme nariz con su pequeño y ponzoñoso aguijón. Pasaron dos segundos hasta que el sujeto se dio cuenta del ardor que sentía no solo por la picadura sino porque estaba realmente bronceado cual camarón, por caminar vagamente durante horas en la vereda del sol. Por un momento se paró y pensó que debería apresurarse en llegar a la cerrajería porque si la misma cerraba iba a tener muchos inconvenientes para poder abrir su casa. Divisó una bicicleta apoyada sobre un árbol y como quien dice, la tomó prestada por un momento. La levanto y la llevo hasta la esquina caminando (porque estaba en una subida) y desde la esquina se largo en bajada. En unos minutos había hecho el doble de lo que había caminado. Cuando pudo ver la cerrajería decidió frenar, y descubrió que los frenos eran solo dos palancas frustradas que no hacían más que bailar. Por su falta de experiencia intentó varios métodos para aminorar la velocidad pero al cabo de diez cuadras terminó en un intento de coleada tirado en el suelo con varias heridas y su pobre ropa nueva totalmente descangallada. Tras un llanto espasmódico al darse cuenta de que se encontraba a la misma distancia de la cerrajería que antes de subirse a la bici, pero con la diferencia de que mucho más lejos de su casa, comenzó el camino de vuelta hacia el tan preciado local. En el camino encontró a un niño, sucio y andrajoso, de mirada cálida que estuvo a punto de no pedirle limosnas a un sujeto que parecía en igualdad de condiciones que él. Pero en la escuela de la calle se aprenden muchas cosas como por ejemplo que, el que no arriesga no gana, así que el chico probó suerte y pidió una moneda. El hombre, intentando hacer una buena obra y buscando cambiar su suerte tanteó su bolsillo trasero izquierdo en búsqueda de su billetera. Al tanteo por fuera sintió un bulto extraño y golpeteo para escuchar el sonido que odio haber escuchado. Ahí en ese bolsillo estaban las llaves y lo peor, no había rastros de la billetera.
CABRERA; Luciano Ezequiel

jueves, 5 de enero de 2012

Caminó hacia el sol

Erase una vez un sujeto que caminaba hacia el sol. Un hombre honrado por la vida y deshonrado por su familia. Un solo tipo que caminaba sin ton ni son hasta tocar los rayos calientes de una tarde de invierno.
Se puso a pensar, a deducir, esperó.
En invierno el viaje sería más largo y por eso lo emprendió. Decidió llegar y acelero para levitar. Su viaje se completo con miles de contratiempos. Su vuelo en las tormentas frescas de julio lo llevaron a descansar un poco en las nubes, a disfrutarlo. Sabía que era el ultimo rato de refrigerio que le quedaba hasta la inminente llegada al paraíso anaranjado de la ultima noche. Algunos truenos enfurecidos luchaban por correrlo del poco espacio que había entre las gigantescas nubes. Luchó.
Hasta que encontró el silencio, lo tomó, se aferro a él.
En unos segundos todo se torno oscuro y descubrió que esas pequeñas luces que veía desde abajo se encontraban aún más lejos que su objetivo. Sufrió en la tremenda oscuridad, ésta lo cubrió.
Pero siempre tuvo en vista al final del camino, esa luz que lo llevaba a su destino.
La siguió y su final llegó, la luz lo cubrió y su camino al sol se concretó.
CABRERA;  Luciano Ezequiel