Distraído
estoy. No tengo muchas ganas de nada.
Sólo
viviría escuchándote, música.
Quieto,
algo desquiciado.
Cada
vez menos concreto.
Todo
pasa por el nuevo objetivo ahora…
La
mente se colapsa.
La
vida me rebalsa… como yendo rumbo al Este, en una balsa… y de a poco me
sumerge...
Me
dejo.
No
me quejo, lo vivo.
Estimo
el estilo que tenés, música. Qué ganas de vivir en tu voz/s…
Sentir
lo clásico, los instrumentos olvidados… Esas cuerdas que chillan melancólicas.
¡Qué
pulcra sos, mi estimada! ¡Qué delicada!
De
pronto vivo aventuras animadas en recuerdos de borrego.
Música
querida, me hacés re-vivir.
Estridente
sonido que ayuda a despojar, que alcanza pretensiones literarias en mí.
Qué
ganas de vivirte en arte plástica, de garabatear a tus órdenes. De procesar tus
anhelos, y los míos.
Qué
profundo vas, me removés.
Y
así, ¿cómo no enamorarme de vos, querida? ¿Cómo no sentir las mariposas de tus
flautas traversas y otros vientos?
¡Qué
desprolija! ¡Qué insensata! Despertás de todo, en cualquier época.
¡Cómo
me gustas, caramba!
Lo
bueno es que no importa tu edad. Me hacés vivir tu momento, aunque ahí en el
tiempo estés anclada.
Te
traen y me hacés vivir en Buenos Aires, allá por los sesenta o en Italia un tanto
antes, o en los ochenta de los ingleses…
Simplemente
a veces tengo cuarenta pirulos y otras ciento y pico… ¡Qué hábil sos, che! Sos
la mejor de las veteranas.
Me
llevás de paseo, por mi historia, por la tuya…
A
estos tangos tuyos los vivo con aroma a café y estrellas desencontradas entre
la bruma húmeda de la noche.
Y
de golpe, ¡me castigás con tu alegría!
Me
vestís de gala, me llevás de visita por los estados de ánimo.
Querida…
¿acaso no sos perfecta?
Tan
amplia… Tan vieja…
¿Quién
diría que iba a enamorarme de vos? Gorda y vieja. Tan persuasiva… tan vos...
¡Carajo!
Luciano Ezequiel Cabrera