En ese momento la abeja decidió dejar su vida en la venganza y martillo sobre la enorme nariz con su pequeño y ponzoñoso aguijón. Pasaron dos segundos hasta que el sujeto se dio cuenta del ardor que sentía no solo por la picadura sino porque estaba realmente bronceado cual camarón, por caminar vagamente durante horas en la vereda del sol. Por un momento se paró y pensó que debería apresurarse en llegar a la cerrajería porque si la misma cerraba iba a tener muchos inconvenientes para poder abrir su casa. Divisó una bicicleta apoyada sobre un árbol y como quien dice, la tomó prestada por un momento. La levanto y la llevo hasta la esquina caminando (porque estaba en una subida) y desde la esquina se largo en bajada. En unos minutos había hecho el doble de lo que había caminado. Cuando pudo ver la cerrajería decidió frenar, y descubrió que los frenos eran solo dos palancas frustradas que no hacían más que bailar. Por su falta de experiencia intentó varios métodos para aminorar la velocidad pero al cabo de diez cuadras terminó en un intento de coleada tirado en el suelo con varias heridas y su pobre ropa nueva totalmente descangallada. Tras un llanto espasmódico al darse cuenta de que se encontraba a la misma distancia de la cerrajería que antes de subirse a la bici, pero con la diferencia de que mucho más lejos de su casa, comenzó el camino de vuelta hacia el tan preciado local. En el camino encontró a un niño, sucio y andrajoso, de mirada cálida que estuvo a punto de no pedirle limosnas a un sujeto que parecía en igualdad de condiciones que él. Pero en la escuela de la calle se aprenden muchas cosas como por ejemplo que, el que no arriesga no gana, así que el chico probó suerte y pidió una moneda. El hombre, intentando hacer una buena obra y buscando cambiar su suerte tanteó su bolsillo trasero izquierdo en búsqueda de su billetera. Al tanteo por fuera sintió un bulto extraño y golpeteo para escuchar el sonido que odio haber escuchado. Ahí en ese bolsillo estaban las llaves y lo peor, no había rastros de la billetera.
CABRERA; Luciano Ezequiel