En el Este de la capital del país de por allá, Alabama y él
estaban tomando un té despistado. Al parecer tomaron la sal por confusión.
Golpeaba la mesa con la mandíbula, de tanta risa. Golopo pisaba
fuerte el piso acompañando una carcajada en cámara lenta. Se veía el regocijo
en las miradas, como si estuvieran unidos por una pequeña pincelada de un
material similar al reflejo de un diamante solo perceptible con algo de picardía.
De fondo se oían truenos.
Galatea, ladraba, confundida. Gritos de alegría, golpes y un
clima caldo y chicloso la rodeaban.
Desde la otra provincia del país primo (¿por qué
considerarlos hermanos?, ¿Sólo por lindar?) estaban Angustio con Etiopía,
llorando desconsolados bajo la gran estrella. Cicerón, su perro, dormía (francamente
tenía que estar él aquí para lograr el justo desequilibrio).
Alabama tomaba whisky con Golopo. Ahora un par de copas,
luego otras. La alegría quedó en veremos, cuando el cielo despejó y el alcohol
perforó las mejillas de Alabama.
Angustio secó los ojos y propuso un brindis. La loca sacó la
soda para no pasarse. Su experiencia le contaba al oído anécdotas de
destrucción y resacas.
Cayó la estrella tirada por el gran satélite.
Angustio tomó el sifón y baño en risas la amarga situación.
Ahora dormía Galatea. La situación empeoró conforme los ojos
de Golopo se acercaban al color carmín de su nariz. Alabama mató con la taza de
té y propuso la última curda para su amado. Con la primera gota colorada que brotó de su
nariz él entendió todo.
Por los países húmedos la risa se transforma en llanto.
Donde antes imperaba el dolor y la estrella, ahora la luna y las sonrisas,
ganan por goleada.
Luciano
Ezequiel Cabrera
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